lunes, 12 de mayo de 2014

El sitio de mi recreo

Todo el mundo necesita ese lugar donde evadirse. Ese sitio rebosante de inspiración para los artistas, aquel viejo bar para los nostálgicos, incluso aquellos que no aspiran a grandes cambios, a metas más ambiciosas, necesitan de ese parque, de esa casita en el pueblo que se ha mantenido inalterada durante el paso de los años, que les recuerde que todo sigue en su sitio, que todo sigue igual.
Cuando vas a ese lugar piensas, rehuyes de la realidad y te diluyes en otra dimensión, en tu tú paralelo. Aquél mundo en el que no cometes ningún error, en el que siempre tienes la contestación adecuada para ganar esa discusión en la que normalmente habrías sucumbido, en la que las palabras fluyen sobre el papel cómo las notas fluyen en un solo de Mark Knopfler.
Pero, ¿de verdad es esa realidad la vida que de verdad queremos vivir? ¿De verdad queremos que todo sea perfecto? Necesitamos espontaneidad, esa que sólo sucede en la vida real. Esa vida real que en algunos momentos odiamos tanto que no sabríamos que hacer sin ella. Porque, al fin y al cabo, necesitamos que nos hagan la puñeta en algún momento. Y, al fin y al cabo, sin espontaneidad no nos quedaría nada.
Somos unos inconformistas, buscamos la perfección pero, si llegamos a encontrarla, no nos basta con eso. Es por eso que todos necesitamos un sitio donde recrearnos, para darnos cuenta que nuestro sitio perfecto es el más imperfecto.

El sitio de mi recreo es donde menos me recreo.

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